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domingo, 30 de enero de 2011

TARDES DE CINE EN LIMA

Por Ivan Ballon Carranza

En mi Lima querida existían dos cinemas muy especiales: El “Metropolitan” y el  “City Hall”. Especiales porque solo rodaban películas de “Bollywood”, la industria cinematográfica de la India.

Familias completas esperaban casi días enteros en la boletería del cine para comprar las entradas de aquellas célebres películas que tenían por características únicas el drama y la tragedia de la vida. Cada película era más triste que la anterior. Eran tardes en las que uno iba solo a llorar.  Antes de empezar la película, anunciaban las futuras películas de estreno. Prácticamente decían: “Venga a llorar con toda la familia”, “No se pierda esta película que le terminará quebrando el corazón”…(si es que la que va a ver a continuación no se lo quiebra completamente”), “No apta para cardiacos ni ciegos”, “Apta para todos” (los masoquistas que se divierten llorando), etc.
Apenas se abrían las puertas del cine, la gente irrumpía el recinto como manadas desbocadas para escoger butacas juntas y continuas. Las primeras 50 personas en entrar al cine por lo general casi morían aplastadas por la muchedumbre que se venía atrás. Para permanecer juntos y en familia, recibíamos instrucciones casi militares de dónde sería la invasión y cómo asaltaríamos la fila de butacas continuas. Lo hacíamos con rapidez y presición e incluso éramos encomiados a usar la fuerza bruta si alguna otra familia pretendía los mismos lugares. No eran raras las veces que salíamos del cine con ojos morados, el labio roto o sin un par de dientes…de leche.

Ir a ver una película de Bollywood con un solo pañuelo era arriesgar las mangas de la camisa o de la chaqueta, porque durante 2 horas había que estar limpiándose las lágrimas o secándose las cantidades industriales de mocos que emanaban de la nariz. Muchas familias iban ya equipadas con sábanas. Los vendedores ambulantes, expertos en mercadotecnia, vendían no solo golosinas y cigarrillos sueltos sino también sábanas, pañuelos, cosméticos en general para las damas que de tanto llorar arruinaban el maquillaje, anteojos oscuros para los seudo valientes que no querían ser vistos en lágrimas, etc.
Cuando íbamos en familia, nos sentábamos en las butacas más cercanas a la pantalla. En los momentos trágicos de la película, yo volteaba a ver a la audiencia cuyas caras estaban iluminadas por la inmensa pantalla. Todos en lágrimas. Para evitar mi propio llanto les gritaba “No lloren Carajo”. No faltó un familiar que a pesar de su corta edad y sus dientes aún de leche y de ver tanta similitud en las tragedias de Bollywood con la realidad Peruana dijo que cuando él sea presidente de la república, deportará a todos los pobres y mendigos del Perú a la India, para erradicar la pobreza para siempre.

Algunos títulos que quedaron en mi mente son:
“Mendigar o Morir” que protagonizaban Belú y Bolá. Una pareja de hermanitos que mendigaban por las calles hasta que una familia rica adoptó a la niña y el niño siguió mendigando. Pasaron los años y la niña ahora rica repartía limosnas a mendigos. Allí apareció el hermano con la mano extendida y sin piernas. Se miraron y empezó una música de fondo que hacía llorar a cualquier hiena.
“Joker” el payaso que tenía que hacer reír a la gente el mismo día en que se le murió la mamá y se le fué la novia (creo que con otro y él como era pobre se fue a vivir con ellos).
“Papá, no vendas mis muletas” del niño paralítico mendigo que tenía que arrastrarse, pero que sobrevivió con el dinero que ganaba en las apuestas de carreras de serpientes en las que él también participaba y a menudo ganaba.
“Mi familia Elefante” de un mendigo que fue adoptado por elefantes, que le dieron calor, comida y no se sabe qué más porque el mendigo empezó a caminar medio raro y ya parecía araña escaldada.

La última vez que fuimos en familia fue inolvidable. Luego de la película, deshidratados de tanto llorar y con un hambre mayor al de los mendigos de la película, decidimos apurarnos en llegar a casa para practicar nuestro pecado favorito: “la gula”.
El bus que nos llevaba se malogró justo en frente del cementerio “El Presbítero Maestro”. Desesperados por el hambre y la sed y antes de quitarles el pan a los mendigos de esa calle, encontramos un bar de dudosa reputación. Antes de entrar vimos el nombre del mismo en un letrero grande y leímos con satisfacción:
“Aquí se está mejor que al frente”

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